Un regalo de los dioses (III)

(Por Mario Ramírez Orozco, cuentista y periodista invitado)

Volví a la recepción y, para mi sorpresa, un hombre me habló en español. “Hola, te esperaba, yo trabajo en una agencia de turismo y recojo a los turistas españoles para ofrecerles mis servicios”. Lo dijo con tan poca convicción que entendí que era una frase de trabajo repetida quién sabe cuántas veces al día. Le agradecí sin gesto cordial, pero mi tono no lo espantó, más bien insistió en preguntarme de que parte de España venía. Por decir algo le dije: “adivina”. Meditó un poco y dijo muy seguro: “vasco”. La ocurrencia me sirvió para pensar en esa otra raíz que tengo atravesada en mis ancestros y reí. Después yo quise continuar la charla, agregando que una parte de mi familia, pero yo vengo de… bla, bla, bla… y mi larga historia que tú ya sabes. “Ancestros jodidos… de condenados”, pensé, sin compartir.

Como ése día no había aparecido ningún turista español, el hombre me acompañó hasta la playa mientras me contaba el porqué hace más de veinte años se había instalado por aquí: “Una diosa, el ser más complaciente del mundo y para el sexo es un gata salvaje. Siempre me sorprende. En ningún lugar del mundo encontraría una como ella”, concluyó con un suspiró que certificó la certeza de sus palabras. Dejé además que confesara una larga vida de la que se sentía orgulloso, pero triste, de no poder presumir ante sus amigotes de Zaragoza, mientras reducíamos una botella de ron licuado de Teahupoo.

Cuando se enteró que no tenía planeado ningún tour y ni siquiera había comprado la infaltable guía sobre la Polinesia francesa, me preguntó entonces por el motivo del viaje. “No sé, tal vez le huyo al frío y a la nostalgia”, contesté, con la mirada perdida en ese mar verde y transparente, como para mí mismo. “Joder. Al frío ya te le escapaste tío; pero a la nostalgia no va a ser fácil huirle…” aunque, calló súbito, haciendo un ademán de que mejor olvídelo. Pero le insistí, “¿aunque qué?” “No sé… mira, como no hay mucho trabajo y me caíste bien, si quieres esta noche vamos a una fiesta. No es de esas de turistas, a ellas sólo podemos ir los que ya no somos popa’a, es decir franchutes o europeos en esa jerigonza que habla esta gente,” según me explicó.

“Vamos no más”, le dije. “Lo único que necesitamos es llevar un poco de ron y algún pedazo de carne y yucas para asar,” agregó. “Las compramos antes de salir, es cerca”, remató mientras servía el primer trago de una segunda botella. Hasta que nos fuimos pasadas las seis, cuando ya había apaciguado el calor y la luna remplazaba con pereza a un sol rojizo que se iba sin ganas por los lados del acantilado. Hicimos las compras, me puse una casaca delgada con propaganda de su agencia que me prestó y salimos en el jeep cuando ya la noche cubría la inmensidad del archipiélago.

El recorrido no tomó más de veinte minutos, pero sentí como si estuviéramos internados en una jungla profunda. Su linterna era inútil, insignificante, ante el brillo de la luna y más bien maltrataba la imagen de sombras y contraluces que ésta producía. Tanto, que al fin me atreví a pedirle que mejor la apagara. Pero su reacción fue inesperada: “Ni loco, qué te pasa tío, quieres que un Manao tupapau se nos aparezca.” No comprendí nada y seguí en silencio aguantándome las ganas de saber que significaba aquella incompresible palabra. Caminamos como media hora más hasta que unas voces escondidas detrás de unas rudimentarias lámparas de aceite nos saludaron.

5 Responses to “Un regalo de los dioses (III)”

  1. Pilar Says:

    Sentí envidia de esta definición: “Una diosa, el ser más complaciente del mundo y para el sexo es un gata salvaje. Siempre me sorprende. En ningún lugar del mundo encontraría una como ella”…

  2. Vir& Says:

    Es como una película…

    :) q

  3. Vir& Says:

    Es como una película…

    :) que se ve con pausas.

    Me gusta ese tono que trasluce la decencia del narrador.

    Un muy cálido salute.

  4. Álvaro Says:

    Pilar:
    Demuestra además un amor y una idealización total de los parajes exóticos. Esa idea de que una mujer así no se pueda encontrar sino en un lugar idílico es un tema en la literatura y en la biografía de artistas famosos como Gauguin. A eso Edward Said lo llamaba “Orientalismo”.

    Vir:
    Eso sucede con la escritura seriada y era una cosa que quería ensayar en el formato blog. Además era la única manera de ponerlo aquí sin fatigar a los lectores. Me alegra que lo hayas sabido interpretar de esa manera.

  5. Julio Suárez Anturi Says:

    Qué buena lectura. Gracias.

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