Un regalo de los dioses (II)

Por: Mario Ramírez Orozco
Las dos últimas noches dormí muy bien, como presagiando que necesitaría esas fuerzas acumuladas. Eso sí, las horas previas al viaje sentí dolores de estómago terribles, no quise comer, y creo que los justificaba la inseguridad por mi mal inglés, mi nulo francés y porque otra vez estaría solo en una tierra desconocida. ¿Partiría o no? Pensé en mi solitaria aventura en Tokio y eso me dio valor. El cuerpo guió mi decisión. Así que a las 17:40 abordé mi viaje a la aventura. El trayecto fue monótono y las películas que presentaron no me atrajeron, así que me dediqué a releer Mujeres de Babel y El País de España que compré en Schipol, el aeropuerto de Ámsterdam.

Hice todo lo que se hace en esos largos viajes: aburrirse, comer porque no hay otra cosa por hacer, levantarse, leer, leer, leer, estirar las piernas, esperar en fila que los sanitarios quedaran libres, vuelta a sentar, leer, leer, nueva comida, otra vez al baño, al asiento y ¡uf!, prepararme a la llegada que siempre me produce nervios. Todo eso de aduanas y trámites.

En Kuala Lumpur no hubo problema, pero al abrir la puerta del avión en Suva-Fiji entró una nube de calor que obligó a todos los pasajeros a quitarnos el invierno que llevábamos aún encima. Bajamos a la pista y de ahí nos llevaron a una sala. Nos ofrecieron refrescos y después la policía empezó su búsqueda paranoica de musulmanes. Ya te imaginaras lo que me ocurrió debido a la inevitable cuota de ancestros árabes impresa en mí. Disculpe, por aquí señor, “plis”, más otro “plis”. Un inglés que del susto entendía perfecto. Hubo caras de asombro por la discordancia entre un pasaporte noruego y mi agraciado nombre… filipino, según ellos. Luego de llevarse el documento y dejarme en una salita, junto a solicitantes de asilo tamiles y pakistaníes en su mayoría, por más de dos horas, regresaron y sin ningún remordimiento me mandaron a la sala de espera.

Perdona que me perdiera en esos detalles previos y durante el viaje, pero entenderás que también fueron importantes. Pero bueno, lo que te quiero contar es lo que he vivido en estos días. Estaba en lo de mi llegada al hotel, en realidad un Bungaló, en donde no más registrarme dejé mis cosas encima de una hamaca pintada de arco iris. Todo limpio y sencillo, aunque el calor era intenso preferí no colocar el ventilador que colgaba del centro del techo. Me hacía bien después de tanto frío sentir un calor natural, lejos de esos calefactores de artificio.

Como no llegaba el sueño, pues mi cuerpo estaba descontrolado por los cambios, me puse a contemplar el mar, mejor la mar, con ese femenino que presumen quienes nacen en sus costas o viven de él, desde la pequeña terraza y sentí ese vacío de mujer que solo los hombres enamorados llegamos a padecer. Hablé en voz alta lo que pensaba para acompañar mi soledad y decidí ir a la playa, a curiosear no más. Me duché más rápido de lo que había planeado, me puse mis cómodas sandalias viejas, un pantalón corto y una camiseta de algodón, justo lo necesario para liberarme de las tensiones acumuladas.

(Este texto de Mario Ramírez Orozco a quien he invitado a escribrir en mi blog es una carta-relato de diciembre donde cuenta su última aventura viajera, en Polinesia.
)

4 Responses to “Un regalo de los dioses (II)”

  1. Julio Suárez Anturi Says:

    Bueno, a la espera de más aventuras. Me gustó eso de “mis cómodas sandalias viejas”.

  2. Óscar Pita - Grandi Says:

    Seguimos en la Polinecia. Tanto mar por todos sus lados. Me agrada porque tu amigo posee un hilo narrativo propio de las crónicas, aunque en un tono más infidente. Ojalá siga viajando para que nos relate más cosillas. Un abrazo.

  3. Vir& Says:

    Amistad entrañable la tuya, que te obsequia hermosas cartas que gentilmente compartes con nosotros.

    Gracias, gracias.

    Contempla ‘La mar’… en femenino y evoca a la que ama. Y todo lo expresa con tanta naturalidad…

  4. Álvaro Says:

    Julio: Se nota que eres escritor y periodista, gracia por el comentario.

    Oscar: Yo también aprecio el hilo narrativo que mantiene y la manera de envolvernos en el relato.

    Vir:
    Tienes razón, se trata de una prosa natuaral y expresiva, cualidades que a mí tambien me gustan y que me llevaron a compartirla, sobre todo por el golpe del final sorpresivo.

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