Un regalo de los dioses (VII)

No te imaginas, pero tú que me conoces entenderás, que algo extraño tuvo que suceder, pues no experimenté mayor desesperación ni culpé al español por su estado. Por el contrario me sentí muy tranquilo y tomé con humor la situación. Estaba con mi mente en algún otro lugar cuando sentí por sorpresa el regreso de Liane. Me dijo apresurada: “Nosotros partimos ya hasta Papeete, quería despedirme y decirte que me gustaría llevarte a conocer el monte Orohena, seguro que te gustará.” Bueno, sí, por supuesto; contesté dejando notar un entusiasmo inusual.

Le escribí en un papelito, que ella misma me dio, el nombre del lugar en donde me alojaba. Para mi fortuna, cuando leyó reaccionó preocupada: “Pero cómo se van a ir para allá.” No sé, el que conduce es ese que está ahí y la camioneta la dejó muy lejos de aquí. “Sabías que se llama José”, aunque lo pronunció Yose; “espera un poco;” dijo, sin dar tiempo a más explicaciones.

Muy pronto regreso con dos hombres que reconocí del grupo de baile y me ayudaron a cargar al que ahora yo trataba de despertar con un: vamos José, vamos tío que nos vamos. A menos de una cuadra estaba un autobús mediano y lo acomodamos en la silla de atrás. Cuando busqué donde acomodarme, Liane ya me tenía un lugar reservado a su lado. La verdad es que me sentía muy cansado y la mujer me insinuó que me recostara en su hombro. Me dormí casi de inmediato. No se qué pasó hasta que entreabrí los ojos por un leve movimiento de su hombro y una dulce voz que me decía: “llegamos, despierta.”

Un plural que asocié a la llegada a una estación o algo así. Bajé ayudado por la mujer, aún medio dormido, y casi por instinto desperté por completo cuando vi que el autobús seguía la ruta y nosotros éramos los únicos pasajeros que habían descendido. Estábamos frente a la recepción del hotel en que estaba alojado. Casi me había olvidado de José hasta que Liane me contó que lo habían dejado en su casa, lo habían tenido que llevar hasta su propia cama. Su mujer, una maorí, lo había arropado como a un niño y le había besado la frente para que a su sueño no llegara ninguna pesadilla.

Me gustó la historia y me dejé guiar por Liane hasta mi propio bungaló, ella me ahorró el trámite de pedir la llave. Como pude fui al pequeño baño común y me cepillé los dientes con la esperanza de quitar el amargo sabor que tenía en la boca y liberar la vegija de tantas bebidas. Me temo que pensarás que siempre salgo con mis chorradas, pero esta carta quedaría coja sino no te cuento lo que sucedió después.
(Continuará) Por Mario Ramirez Orozco

2 Responses to “Un regalo de los dioses (VII)”

  1. K. Says:

    Ahora tienes la responsabilidad de deslumbrar el fin de esta historia :-)
    Aun inconcluso, felicidades por el texto!!!

  2. Vir& Says:

    Está in crescendo…

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